El origen de los Juegos Olímpicos (JO) data del año 776 a. C. en Olimpia que era una ciudad en la región de Élide, en la península del Peloponeso en Grecia, que se celebraban en honor al dios Zeus. En esos tiempos, los JO consistían únicamente en las competencias de la carrera de stadion y lucha, en la cual solo podían participar los ciudadanos griegos, las mujeres no sólo estaban excluidas a participar sino también de competir. Quienes resultaban ganadores recibían como premio una corona de olivo y el reconocimiento en sus respectivas ciudades.
En la Biblia, en el libro de los Corintios encontramos una referencia a estos juegos: “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis”. Estos JO se conmemoraron por más de un milenio; Fue hasta el año 393 d. C. que el emperador Teodosio I los prohibió debido a su asociación con el paganismo hasta que en 1894 el Barón Pierre de Coubertin promueve la creación del Comité Olímpico Internacional (COI) y en 1896 en la Ciudad de Atenas se conmemoran los primeros JO modernos como los conocemos en la actualidad.
Siendo el deporte una disciplina tan antigua como la filosofía resulta importante entender que el deporte como cualquier otra actividad social debe ser analizado de manera crítica, con todos los problemas y contradicciones que le son inherentes a su práctica como lo es su constante mercantilización, explotaciones y manipulaciones.
Michel Onfray considera cuestionables la comercialización extrema del deporte y su uso en la propaganda social o nacionalista; por su parte Michael J. Sandel coincide en cuestionar también su creciente mercantilización y cómo esta afecta su valor y significado. Al analizar el deporte profesional y su enfoque encaminado a generar ganancias y espectáculo puede alejarlo de sus ideales originales de competencia y comunidad, muestra de ello son los estadios, aquellos espacios públicos donde anteriormente la convivencia entre ricos y pobres era normal, ahora se han convertido es espacios de exclusión al instalar las zonas VIP, palcos de lujo y zonas preferentes que nos alejan cada día de una convivencia comunitaria.
Actualmente los principios y valores de la Carta Olímpica de neutralidad política, responsabilidad social, respeto a los derechos humanos y la oposición al abuso político o comercial del deporte y de los atletas resultan por lo menos cuestionables.
Actualmente se desarrollan los JO de Paris 2024, en los que la exclusión por parte del COI de Rusia y Bielorrusia por su participación en la guerra con Ucrania contrasta con la participación de Israel, no obstante, Palestina también participa con una delegación deportiva de ocho atletas, debido a que, según el Comité Olímpico Palestino, más de 340 atletas, árbitros y personal deportivo han muerto debido a los ataques de Israel en diez meses de bombardeos en la Franja de Gaza, lo que nos muestra que el olimpismo es la geopolítica por otros medios; así sucedió con los juegos olímpicos de la Alemania Nazi en 1936 o las olimpiadas durante todo el periodo de la guerra fría.
Mención especial merecen nuestros atletas que participan en estos juegos, a las 63 mujeres y 46 hombres y sus entrenadores que representan a la delegación mexicana, nuestro reconocimiento a todos ellos desde este espacio. En muchos de ellos hay verdaderas historias que se anteponen a la adversidad, a la falta de recursos económicos, de apoyos de sus federaciones deportivas o a la falta de apoyos que contrastan con los deportistas profesionales de nuestro país muchas veces sobrevalorados por las ganancias de la publicidad televisiva.
Finalmente, no debemos pasar desapercibidos que nuestra Constitución en su artículo 4o dispone que: “Toda persona tiene derecho a la cultura física y a la práctica del deporte. Corresponde al Estado su promoción, fomento y estímulo conforme a las leyes en la materia”. De tal manera que conforme a esta disposición el deporte debe ser un asunto de Estado, una política pública que contribuya no sólo a desarrollar las diferentes capacidades de los deportistas que representan a nuestro país en las justas internacionales, sino además debe ser una política pública encaminada a mejora las salud mental y física de los mexicanos.
El deporte debe ser la apuesta para reducir el dramático índice de obesidad infantil, la alta mortalidad por diabetes, el deterioro físico de nuestros adultos mayores y el combate a uno de los peores padecimientos de nuestro tiempo: la depresión.
Autor: Sergio Arias
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